Hoy os contamos qué son las rabietas y claves importantes a tener en cuenta para intentar prevenirlas.
Las rabietas son muy comunes en niños ente 1 y 3 años y se pueden presentar de múltiples formas (llantos, chillidos, golpes, patadas, etc.). Aunque a los padres y educadores nos pueden resultar muy frustrantes e incluso en ocasiones llevarnos al límite de nuestra paciencia, es recomendable que en vez de verlas como un problema tratéis de concebirlas como una oportunidad de aprendizaje para el niño (y para vosotros).
Pese a lo escandalosas y molestas que pueden llegar a ser, tenemos que tener claro que suponen un aspecto normal en la evolución del niño, por lo que no hemos de alarmarnos ni preocuparnos en exceso. Durante esta etapa vital, el niño está desarrollando sus emociones y habilidades, y aún no cuenta con otras herramientas (como un lenguaje fluido) para expresarse, comunicar cómo se siente o transmitirnos lo que necesita o desea. Las rabietas suponen una de las formas con las que cuentan para expresar y manejar sus emociones, comunicarnos su malestar y frustración e intentar ganar independencia y control sobre su entorno.
Algunas claves que pueden ayudaros a reducir la probabilidad de aparición de las rabietas son las que os compartimos a continuación:
Es muy importante que seamos proactivos (y no reactivos), pero esto, ¿qué supone?
Ser proactivos implica que estemos atentos a las señales que van a apareciendo en la conducta de los niños y que nos anuncian que se avecina tormenta. Es importante que tengamos en cuenta estos avisos que los niños nos dan antes de la “gran explosión” y adelantarnos a la aparición de la rabieta, redirigiendo su conducta. Podemos hacerlo de diferentes formas, teniendo en cuenta cada situación particular, por ejemplo, ofrecerles una alternativa a lo que plantean, darles un aviso o acordar algo con ellos o simplemente intervenir desde el cariño y la tranquilidad.
Muchas veces lo que nos sale ante los comportamientos de nuestros hijos que no nos gustan es reaccionar, sin pararnos a pensar. Esta reacción nuestra, que generalmente implica enfado, genera una emoción también de enfado en el niño y normalmente provoca que la conducta empeore aún más. Por ello, es importante que nos paremos a pensar antes de reaccionar, que reflexionemos un poco sobre cuál puede ser el motivo de ese comportamiento y lo tengamos en cuenta a la hora de intervenir con ellos.
La conexión con el niño supone empatía, quiere decir que tratas de entender cómo se siente y sintonizar con sus emociones. Los niños se percatan de esto, y este “sentirse sentidos” les ayuda a calmarse. Es importante que el niño ante ese torbellino de emociones que muchas veces le supera, se sienta escuchado, entendido y apoyado. La conexión mejorará vuestra relación y ayudará a prevenir que muchos de estos estados de “bruma emocional” se transformen en tormenta.
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